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Hacer empresa

  • Foto del escritor: Luis Mastroeni Camacho
    Luis Mastroeni Camacho
  • 17 jul
  • 3 Min. de lectura

Por Luis Mastroeni


Cuando las personas dueñas de las empresas inician un nuevo negocio o incursionan en una nueva actividad tienen solo un fin en mente: ganar más, traer nuevos ingresos, repartir más utilidades. Al fin y al cabo, para eso son las empresas, es lo que concluyen el final de su día, sentados en sus oficinas o casas. 

Eso es correcto, salvo por un detalle del contexto en el que vivimos: no se puede pensar solo en hacer dinero, sin analizar las bases de lo que hace posible que una empresa funcione. 


La época en la que una empresa solo miraba hacia adentro de sus paredes y se preocupaba por obtener capital para sacar adelante a la organización ha terminado. Hoy, se necesitan mirar el contexto en el que se opera, los vecinos, el consumidor (más allá de su poder de compra), los colaboradores (más allá de su productividad), los proveedores, etc. El mundo de los negocios es, cada vez más, un tema de relaciones y de conocimiento sobre lo que hace el otro y cómo puede afectar el largo plazo (cuestión de riesgo).

Por eso es por lo que lo más importante de una estrategia de triple utilidad es el análisis de los impactos, no solamente para tratar de no hacer daño al contexto, sino para entender el alcance de los riesgos, que, en el pasado, no afectaban a las empresas, pero que ahora las podrían hacer quebrar. 


Hacer empresa es comprender que tienen la capacidad de mover las cosas hacia el balance y el equilibrio que todos soñamos, y no solo porque un día los dueños se levantaron pensando en ser “mesías”, sino porque contribuye con su continuidad y largo plazo. Tiene lógica si se quiere hacer perdurar la empresa por muchos años más.

Pensemos en un banco y su capacidad de colocar crédito. Sabemos que la base para otorgar un crédito de largo plazo se encuentra en la capacidad de pago a futuro de quien lo solicita. Eso se puede medir analizando los estados financieros. 

Sin embargo, el largo plazo de una empresa ya no solo se puede medir mirando el dinero que tiene, sino también el cuidado que tenga para que sus impactos no destruyan el entorno y por ende su capacidad para seguir generando valor. 


Y si, entonces, ¿los bancos exigieran aún más datos sociales y ambientales y condicionaran ciertos créditos al avance en estos temas por parte de las empresas? Esto le metería velocidad al cambio que requerimos. La buena noticia es que algunos ya lo están haciendo, la mala es que en la práctica solo algunos lo gestionan con disciplina.

La respuesta del por qué esto no se hace de forma cada vez más generalizada es que si el sistema financiero no lo apoya en pleno, un banco se podría poner más estricto que otro y el crédito se buscaría con el más blando, por lo tanto, algunos saldrán perdiendo. Lo ideal sería un cambio en la forma en que se opera. Es hora de que el sector se organice y sea más estricto, no solo solicitando esta información, sino financiando, cada vez más, el cambio. 


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Otro sector es el de lo supermercados. Ahí encontramos todo lo que se produce en alimentos, limpieza y otros artículos. Los supermercados pueden, como ya lo hacen algunos, presionar a sus proveedores para que cambien su forma de empacar o producir; para que demuestren cómo regenaran los espacios que usan en la fabricación de las cosas. 

Solo cuando nos presionaron, logramos que el agujero en la capa de ozono se empezara a cerrar. ¡Y ya lo estamos logrando!


Pareciera que solo así entendemos. 

Las empresas, insisto, tienen el poder de cambiar la forma en que el sistema funciona. Luego el consumidor deberá responder mejorando sus hábitos y apoyando las iniciativas correctas con su compra. 



La palabra la tienen las personas empresarias, cuyo liderazgo verdadero ya no se mide en dólares; sino en la capacidad que tengan para procurar el equilibrio. 

 
 
 

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