Cambio de hábitos
- Luis Mastroeni Camacho
- 20 nov 2023
- 3 Min. de lectura
Por Luis Mastroeni
El otro día vi una ilustración que presentaba a un hombre adulto hablando con una niña, en su diálogo él le decía: te amo, pero amo más los combustibles fósiles. Nunca había visto una imagen que ejemplificara de forma tan contundente la profundidad del cambio que debemos hacer si queremos ser sostenibles y tener planeta en el futuro cercano.
Las empresas, las familias, las comunidades, las personas… tienen hábitos instalados que les dicen cómo hacer las cosas, esos hábitos nos generan un estado de confort del cuál es difícil salir. ¿Para qué hacer las cosas distinto? Es casi siempre la pregunta que surge y cuya respuesta es siempre igual: si así hemos vivido tantos años y nos va bien, no tiene sentido el esfuerzo que hay que hacer para cambiar.

*Tomado de Tribune Content Agency, diseño de Chan Lowe
Esa es la razón principal por la cual las empresas y los países no cambian su matriz energética o su manera de transportarse: hacer las cosas de manera diferente implica sacrificios, dolores, pérdidas, menos ganancias. Llámenlo como quieran, el punto es que dejar un hábito para cualquiera es complicado.
La ilustración es clara: sabemos que hay que cambiar, conocemos los datos, las estadísticas, los números; pero al final el apego a la manera en que se hacen las cosas y la facilidad del modelo actual se impone sobre cualquier otro interés. La voluntad no da para tanto y es preferible mantener el orden de las cosas como está.
Lo que pasa es que, si seguimos dándole preferencia a nuestra manera tradicional de hacer las cosas, nunca lograremos cumplir las metas que en el 2015 cientos de países se propusieron en la ONU cuando firmaron la declaración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y decidieron que para el 2030 habría una mejora en el bienestar de las personas y los países en el planeta.
Lo anterior, según muchas lecturas y declaraciones que he leído no se va a lograr. A siete años de que la fecha llegue, se ve un avance en algunos de esos objetivos, de apenas el 15%. Mi explicación es que no estamos logrando cambiar la manera en que producimos, consumimos y vivimos.
Seguimos produciendo a velocidades impresionantes que no permiten la regeneración y promueven la extinción de especies y materiales en general. Vivimos como si todos los recursos fueran infinitos, creemos que nunca se acabarán o que algo más vendrá a sustituirlos. Ya en los años 70 el Club de Roma había encargado un estudio al MIT para hablar de “los límites del crecimiento”, en ese momento y a pesar de la evidencia no se hizo nada. Y seguimos sin hacer nada.
El consumo es algo que sigue generando presión a la producción y a la innovación constante y sin pausa. Nos llenamos de bienes y acudimos a servicios de forma ilimitada, gracias al acceso al crédito y las ventas a pagos. La falsa necesidad de tener lo último y ser destacados por el uso de algún artículo o tecnología, nos desvela y hace que el consumo no pare. A esto hay que sumarle la obsolescencia programada que nos obliga al cambio. La posibilidad de arreglar las cosas para seguirlas usando está descontinuada.
Finalmente, cuando nos apegamos a hábitos irresponsables, es difícil salir de eso. Existen personas que no separan residuos, que teniendo posibilidad para la compra de un vehículo de menos emisiones no lo hacen, que siguen comprando ropa aún con prendas sin estrenar en su armario. La forma en que vivimos presiona el consumo, el consumo hace que las marcas produzcan más y la producción creciente acaba por disminuir las reservas o agotar los ecosistemas.
¿Hay posibilidad para el cambio? A gran escala no lo veo, pero siguiendo el diálogo de la niña con el adulto, se podría hacer esfuerzos personales y comunitarios para que al menos el rincón en el que vivimos mejore y luego lo hagan otros en su área y así, la nueva forma de comportarnos acabe con la forma desmedida en que estamos creciendo. Hay que pausar, revisar y volver a andar.
La respuesta de la niña ante el adulto que prefiere los combustibles fósiles o más bien, que no quiere cambiar a pesar del daño que es consciente que hace, podría ser: que ames más a los combustibles fósiles no es el problema, el problema es que no puedas ver que, si no dejas tus malos hábitos, ellos terminarán acabando contigo. Aplica para personas y empresas.



Comentarios